Este artículo se publicó primero en la publicación para adultos Zerospaces, fundada por Stoya, en mayo de 2021. El sitio ha dejado de estar online.
De la distribución a la emisión al streaming
En junio de 1990 comenzó a emitir en España el primer canal de televisión privado. Canal+, fundado en Francia, era un proyecto muy ambicioso que, comparado con la televisión pública española de la época, parecía que venía del futuro. Tenía programas de entrevistas de calidad, estrenos de películas, y contenido para adultos. El branding del canal ha sido considerado una referencia en el mundo del diseño, por su finura y su estilo rompedor. La suscripción no era barata, unos $20 al mes (unos $40 de hoy) más un depósito de $100 por el decodificador.
Al principio, Canal+ emitía usando la señal terrestre analógica, por lo que tuvieron que llegar a un acuerdo con el gobierno para emitir 6 horas de la programación en abierto. Así, cualquiera con una televisión normal podía sintonizar el canal, pero solo si tenías un decodificador y pagabas la suscripción podías ver el contenido premium. Por las noches, como tenía el lujo de haber heredado una de las televisiones viejas de la familia, me gustaba ver algunos de los programas que emitían en abierto desde mi habitación. Pero en cuanto comenzaba el contenido de pago, la imagen se volvía un montón de líneas en blanco y negro, y el sonido una especie de quejido robótico. Solíamos bromear que si entornabas los ojos, podías entender lo que estaba pasando en la pantalla. Este desastre es como vi porno por primera vez, y muchos de mi generación en España dirían lo mismo.
El porno en aquella época no era fácil de conseguir, especialmente si vivías en un pueblo pequeño como era mi caso. No solo tenías que tener un distribuidor cerca, también tenías que superar la vergüenza de ser visto comprándolo o alquilándolo. La gente solía buscar formas más discretas de conseguirlo, y era relativamente común grabar y prestar cintas, aunque para ello necesitabas un equipo especial para grabar de un VHS a otro. Cuando Canal+ llegó, se hizo más fácil justificar pagar por el porno, porque ya venía incluido en el paquete. Además, la gente podía grabar las películas con su VHS normal, y verlas cuando quisiera o prestarlas. De pronto había mucho más contenido al alcance de la gente. A pesar de todo, no era fácil para un menor tener acceso a contenidos para adultos.
20 años después, y cualquier adolescente con un smartphone destartalado puede acceder a una biblioteca de porno interminable, clasificado por tipo, a dos clicks, y sin restricciones. Esto si sus padres no tienen los suficientes conocimientos tecnológicos para restringir el contenido adulto en sus teléfonos. ¿Qué ha pasado en este tiempo?
La industria del porno siempre ha sido pionera y ha sabido adaptarse rápidamente a las nuevas tecnologías, especialmente si servían para ayudar a distribuir vídeo e imágenes. Cuando salió el VHS, el 75% de todas las cintas que se vendieron eran de porno, y la disponibilidad general en ese formato pudo ser determinante para que este se impusiera sobre el Beta de Sony. Cuando llegó internet, la industria del porno ayudó a establecer los pagos online, el comercio electrónico, el streaming y los modelos de suscripción. Y como el vídeo requería mucho ancho de banda, el porno contribuyó a empujar los estándares para que llegaran las nuevas conexiones rápidas que tenemos hoy en día.
En las primeras décadas de internet, el modelo de negocio era sencillo para la industria del porno, el contenido se pagaba de antemano, y el dinero fluía. Que funcionara así tenía una ventaja añadida, los pagos online hacían fácil filtrar para que los menores no pudieran acceder al contenido. Dos pájaros de un tiro. Pero a mediados de los 2000, una nueva generación de servicios digitales estaba a punto de llegar.
En 2006, una startup sueca desconocida hasta entonces lanzó su nuevo servicio digital. Spotify acababa de revolucionar la distribución musical poniendo millones de canciones al alcance de cualquiera con una cuenta gratuita. Netflix también sacó su plataforma de vídeo en streaming, y hoy nos parece increíble recordar que antes de eso enviaban las películas en formato físico por correo postal. En esos años también fue cuando comenzamos a hablar de los servicios “freemium”. Servicios con un uso básico gratuito que ofrecían funcionalidades de pago para los usuarios más dedicados. A veces, en este tipo de servicios las cuentas gratuitas generaban ingresos mediante publicidad. Cuando salió Spotify parecía que el mundo había cambiado de repente, y de hecho así fue. Pero la industria del porno fue lenta en adaptarse a este nuevo mundo. Rápidamente, otros aprovecharon las enormes oportunidades que se estaban creando.
Romper las reglas para ganar el juego
Comenzaron a surgir varias plataformas donde cientos de vídeos porno eran subidos y visualizados. Se consideraban sitios para compartir vídeos, lo que significaba que en principio todo el contenido lo subían los usuarios. Eso también significaba que las compañías de esas plataformas no se consideraban responsables directamente por las violaciones de copyright que hubiera entre dichos vídeos, en tanto en cuanto dichas plataformas tuvieran sistemas para denunciar infracciones y borraran los vídeos denunciados. Pero por cada vídeo que la industria era capaz de borrar, aparecían varias copias más. La velocidad con la que los usuarios eran capaces de volver a subir los vídeos era mucho mayor que la capacidad que tenía la industria de detectarlos e intentar eliminarlos de la plataforma, y la situación se hizo incontenible.
Rápidamente se convirtieron en los sitios porno más visitados, consiguiendo decenas de millones de usuarios nuevos cada mes. No solo eran populares dentro de su categoría, también entraron en el top 10 de todo internet. Generaban ingresos con publicidad, y como no necesitaban invertir en generar su propio contenido o pagar derechos, los beneficios subieron como la espuma.
Al otro lado de esta historia, las productoras y distribuidoras de porno vieron cómo sus propios beneficios disminuían cada vez más. Su modelo de negocio vivió una disrupción como nunca antes. Era imposible competir con esas plataformas que ofrecían su propio contenido gratuitamente, y cuando la situación ya estaba siendo preocupante para esas empresas, llegó 2008 con un tsunami: la crisis financiera. La industria se hundía, pero una compañía tenía los recursos para rescatarla. MindGeek (anteriormente ManWin), dueña de 8 de 10 de esas plataformas para compartir vídeos, compró a todas esas productoras de porno.
Después de tomar el control de la industria, todo fue incluso más fácil para MindGeek, que ya tenía el control de la producción y la distribución. ¿Y qué ha pasado desde entonces? La realidad es que no demasiado, no ha habido una nueva disrupción que cambie por completo el panorama, y aunque hay nuevas tendencias que podrían cambiar sustancialmente cómo los creadores de contenido ganan dinero, los sitios de porno gratuito siguen operando de una forma similar e incluso mantienen un look and feel prácticamente igual al de hace 14 años. Para mí, recordar cómo estos sitios han llegado a ser lo que son es la clave para entender por qué funcionan como funcionan, y por qué han cambiado por completo el panorama del porno hoy en día.
Siempre he apreciado el diseño de las cosas, tanto de los objetos como los productos digitales, y me fijo mucho en cómo me tratan esos productos. Por eso me convertí en diseñador — para ayudar a crear productos y servicios útiles que traten a la gente con respeto. Así, Spotify y Netflix siempre han sido plataformas valoradas por su diseño y funcionamiento, y han crecido bajo la aprobación y la colaboración de la industria. Sin embargo, estas páginas porno gratuitas se sentían ilegales. Y esto se notaba en que hacían todo lo que estuviera en su mano para sacar el máximo rendimiento económico de sus usuarios. Cuando una web consigue sus ingresos mediante publicidad, hay dos métricas imprescindibles: las impresiones (cuando un anuncio aparece en una página) y los clicks en los anuncios. Hay varios métodos poco éticos de conseguir más impresiones y más clicks: los pop-unders, las redirecciones y el contenido falso.
Un pop-under es un tipo de anuncio que se carga en una ventana debajo del contenido que estás viendo. Una redirección, funciona de forma parecida, pero lo que hace es cargar un anuncio en una página que estás abandonando, y te abre una pestaña nueva con el destino al que te dirigías. Así, la redirección es parecida a un pop-under pero funciona con pestañas en vez de ventanas. El contenido falso consiste en mezclar miniaturas de video y botones falsos con el contenido verdadero, o crear secciones en la web que solo llevan a anuncios.
El abuso normalizado
Se ha abusado tanto de estas técnicas durante años, especialmente en sitios piratas de torrents y demás, que los desarrolladores de navegadores han tratado de incorporar protecciones contra ellos. Tanto es así, que los pop-unders ya sólo funcionan en Firefox, que pasó de ser uno de los principales navegadores a que su uso se reduzca a un 4% de los usuarios a día de hoy. Podríamos decir que las redirecciones son una evolución de los pop-unders, pero son más difíciles de bloquear, ya que cuando se usan con fines lícitos, son un recurso tan necesario en internet que no se puede eliminar sin romper cómo funcionan las páginas web.
Además de usar estas técnicas, las webs de porno gratuito tienen muchísima publicidad. Intentan llenar todo el espacio disponible, en cada página, en cada transición, cuando pausas un vídeo, antes de comenzar la reproducción, etc. Al final, esto significa que cuando navegas por una de estas webs, ves mucha más publicidad de lo que harías en cualquier otro sitio, y peor aún, estás constantemente interactuando con los anuncios sin darte cuenta. Esto no es ilegal en sí, pero no es ético, y cuando estos sitios tienen millones y millones de visitas, esto puede suponer muchísimo dinero.
Ahora, cabría preguntarse por qué MindGeek sigue haciendo estas cosas cuando MindGeek ES la industria. La respuesta es simple, porque sigue siendo muy rentable económicamente, y como hay un monopolio, nada les detiene. Lo peor, es que todo ese dinero que generan no acaba en los bolsillos de las productoras ni de los actores y actrices independientes. Al contrario, los creadores de contenido cobran unas cantidades que apenas han crecido con respecto a la inflación, y al final necesitan buscar otras formas de ganar dinero en la industria del sexo.
Es interesante pensar que tanto Pornhub, Spotify, como la mayoría de servicios de envío de comida, han implementado sistemas para dar propina a los creadores de contenido, a los músicos y a los riders. Y aunque permitir dar propinas en sí no es algo malo, hacerlo porque compensas insuficientemente a tu base de trabajadores se siente como una perversión neoliberal desde mi perspectiva eurocentrista. Es como reconocer que su modelo de negocio no funciona, y que mejor lo solucionen sus clientes de forma voluntaria.
El streaming y la industria
Recientemente, Pornhub añadió funcionalidades que ofrecían nuevas formas de ganar dinero a los creadores de contenido. Así, los creadores pueden crear perfiles verificados, a los que los usuarios pueden suscribirse, comprar vídeos sueltos o pagar una cantidad mensual para acceder a contenidos premium. Estas novedades parecen un cambio positivo en la forma en que los creadores ganan dinero en la plataforma, y está claro que hay una nueva generación de actores y actrices que sobreviven gracias a eso, pero no deja de resultar irónico que la misma plataforma que lleva más de una década beneficiándose de vídeos sin licencia, de repente se preocupe por los protagonistas de esos vídeos, especialmente teniendo una posición tan dominante. Ahora, hay que recordar que en 2016 nació la plataforma OnlyFans, que permite a las actrices y actores una forma de distribuir contenido a sus fans mediante un pago mensual. Adaptarse o morir.
Pero el negocio del streaming es difícil en todos lados. Spotify tampoco salvó la industria musical. Vivir de la música es más difícil ahora que nunca. Es algo reservado a artistas muy exitosos, y el negocio de la música en streaming tiene un margen muy bajo como para sustituir de verdad a la venta de discos, merchandising y entradas de conciertos. La industria de la música tiene su propia historia de abusos, y músicos de todos lados acabaron muy decepcionados cuando la revolución digital no acabó con esos abusos. Spotify es, al final, un aliado de las discográficas y las editoriales que aún siguen teniendo malas prácticas con sus artistas. Sin embargo, los músicos aún pueden quejarse públicamente, reclamar mejores condiciones, cambiarse de discográfica, volverse independientes o incluso dejar Spotify por completo. Hoy en día lo tienen más fácil que nunca para producir sus discos y distribuirlos directamente a sus seguidores. Esto no significa que la industria no sea necesaria, pero mantener el control de sus carreras hasta que estén en una mejor posición para negociar es una buena estrategia que ha funcionado para algunas de las estrellas de hoy, y para proyectos medianos solventes. Y esto es posible porque la música no es un monopolio.
Del mismo modo, tampoco es justo decir que el streaming ha sido malo para la música, y aunque el crecimiento de Spotify preocupa a muchos, aún tenemos proyectos como Bandcamp que trabajan directamente con los músicos, combinando las bondades del streaming con la venta de productos físicos. Bandcamp lleva existiendo muchos años, y es económicamente rentable, y es querido y respetado por la mayoría de músicos independientes y net labels. El streaming es simplemente una forma más de distribuir contenido; es el modelo de negocio tras el streaming lo que lo hace mejor o peor. Y Youtube es un buen ejemplo de esto. Con varias generaciones de chavales queriendo ser “Youtubers” en vez de futbolistas o estrellas del rock, la plataforma se ha convertido en un símbolo de fama y dinero.
Oferta y demanda
Volviendo al tema de la experiencia de usuario de estos sitios de porno gratuito, el sistema de etiquetado de los vídeos es otro de los grandes pilares; ya que dichas etiquetas son una de las formas principales de navegar el contenido. Son increíblemente detalladas, conté 110 en la barra lateral de Pornhub, pero hay más de mil en XVideos. Y aunque el uso de etiquetas en sí no es algo malo, la cosa se complica cuando cuando estas se usan para describir los vídeos, pero sobre todo, los atributos físicos de las mujeres que participan en ellos. Podría razonarse que reducir el sexo a los tipos de actos que ocurren en él es una frivolidad, pero cuando estas etiquetas se usan para describir solo a las mujeres, inevitablemente acaba cosificándolas. Y aunque seguramente este es el modo en que un porcentaje de hombres consume porno, es preocupante que esa sea la visión mainstream que se ha normalizado durante años. Peor aún, debería despertar todas las alarmas cuando estos sitios web han permitido etiquetas como “menor de edad” o “grabación oculta” que representan actividades ilegales – y pese a que algunos sitios las esconden de la vista principal, es fácil encontrarlas mediante búsquedas. Permitir que se usen estas etiquetas es terrible, especialmente después de los múltiples reportes de vídeos de abusos sexuales que ha habido durante años. El problema es que aunque algunas plataformas han comenzado a prohibirlos, los usuarios siguen encontrando formas de usarlos cambiando una letra o dos. Al final, el problema no son los tags, es la moderación del contenido, y este es uno de los mayores retos del internet actual.
Porque al final, lo más importante de la experiencia de usuario, el modelo de negocio, y todo el resto de aspectos que hemos comentado, es el acceso gratuito y rápido al contenido. Y es algo que ahora parecería obvio, pero en el momento en que salieron estas plataformas significó un cambio radical del panorama. Más aún teniendo en cuenta que ni siquiera se necesitaba tener una cuenta para acceder a los vídeos, al contrario que Spotify o Netflix.
Como decíamos antes, estos sitios se han beneficiado enormemente del contenido sin licencia subido por usuarios anónimos, y esto ha sido la ventaja competitiva sobre el resto de plataformas de la industria. A su vez, esto ha sido lo más polémico que han hecho, no solo porque se han estado lucrando con ese contenido, además porque esto implica un enorme problema de moderación del contenido subido por dichos usuarios. Ha habido reportes de vídeos de abusos reales, prácticamente desde el principio. Las compañías se han escudado en que tienen un sistema para reportar esos vídeos, pero ha habido muchas dudas de la efectividad de los mismos. Moderar todo el contenido que se sube a estos sitios es un reto aún por resolver, y tenemos a compañías como Facebook que pese a haber invertido muchísimo dinero en ello, llevan años bajo el escrutinio público y el problema sigue estando ahí. Los informes dicen que se tardaba días o incluso semanas en borrar un vídeo de Pornhub, y aún así era fácil que volviera a aparecer ya que los usuarios que lo hubieran descargado podrían subirlo de nuevo. Para tratar de solucionar esto, Pornhub comenzó a usar tecnología de huella digital o fingerprinting, similar a la que YouTube ha estado usando durante años para controlar el contenido con copyright. Sin embargo, reporteros de Vice pusieron a prueba el sistema en octubre de 2019 para comprobar que era demasiado fácil de engañar como para ser realmente efectivo.
Todo esto se convirtió en el centro de la polémica cuando en junio de 2019, con el caso de la productora GirlsDoPorn, la presión comenzó a aumentar en torno a los sitios de porno gratuito. La compañía había estado engañando, abusando y violando a cientos de mujeres para hacer sus vídeos, hasta que algunas de las víctimas denunciaron a la productora y ganaron el juicio. GirlsDoPorn había tenido uno de los canales de pago destacados en Pornhub. Después de ganar el juicio, las víctimas experimentaron las dificultades de borrar el contenido de las plataformas de porno gratuito, que se siguieron lucrando con sus vídeos durante mucho tiempo.
Varios meses después del caso de GirlsDoPorn, un grupo activista cristiano cuyo fundador ha lanzado comentarios anti-gays y anti-aborto, lanzó una campaña llamada Traffickinghub. La campaña, que acabó convirtiéndose en viral, recolectaba varias historias de víctimas de abusos, y un vídeo que explicaba por qué Pornhub era culpable de permitir y beneficiarse de esos contenidos. Además, lanzó una petición para cerrar la plataforma que ya ha recolectado 2,2 millones de firmas. Traffickinghub consiguió uno de sus objetivos que era poner específicamente a Pornhub, la web de porno más importante, bajo el escrutinio público. Comenzaron a aparecer más y más reportajes sobre la plataforma en periódicos importantes durante todo 2020, hasta que el 4 de diciembre, Nicholas Kristof publicó en el New York Times una investigación llamada “Los niños de Pornhub” que supuso que unos días más tarde, Visa y Mastercard anunciaran que iban a cortar sus lazos con MindGeek. PayPal ya había hecho lo mismo en noviembre de 2019, así que esto supuso un derechazo a la compañía, que de pronto vio cortadas sus vías de ingreso de dinero. Días después del anuncio de Visa y Mastercard, Pornhub publicó un comunicado en su blog anunciando que MindGeek iba a cambiar el funcionamiento de sus plataformas, restringiendo la subida de vídeos a cuentas verificadas, y borró todo el contenido subido por cuentas no verificadas (casi un 70% de los vídeos). También prometió nuevos esfuerzos en verificar el contenido que se sube, anunció su primer informe de transparencia, y que llevaba trabajando con una empresa externa desde abril para asegurar que se cumpla de forma más tajante la ley. Aunque parece un cambio positivo, el hecho de que en septiembre un hombre fuera acusado de abusar sexualmente de una chica y subir el vídeo a una cuenta verificada de Pornhub ya nos hace pensar que no será suficiente. Sin embargo, aunque estamos de acuerdo con que MindGeek ha utilizado su falta de ética para llegar a dominar el sector, el problema de la moderación de contenido es increíblemente complejo y echar la culpa a los sitios de porno gratuito no solo es injusto, si no que ayuda a conglomerados antiporno en su misión de manipular la opinión pública contra la industria, y podría dañar tanto a los sitios no éticos como a los éticos. Para dar algo de contexto, Carrie Goldberg, una abogada especializada en los derechos de víctimas de abuso, dijo en su cuenta de Twitter el pasado 10 de diciembre que “por cada caso de 1 vídeo de violación en Pornhub, tengo otros 50 de abuso de menores en Instagram y Facebook.”
Las compañías tecnológicas se han convertido en expertas en operar en las zonas grises de la ley, y los legisladores lo están pasando mal intentando reaccionar a sus disrupciones antes de que se haga un daño significativo a otros negocios, o peor, a nuestras sociedades. No puedo evitar pensar cómo los principales actores en la llamada “gig economy”, Deliveroo y Uber, se enfrentan a multas multimillonarias en estos momentos por mantener a sus empleados bajo la categoría de trabajadores autónomos cuando no lo son, lo que ha beneficiado enormemente a estas compañías todo este tiempo. También pienso en cómo varias ciudades han comenzado a regular el uso de AirBnb después de que los precios de los alquileres subieron hasta un 20% por culpa del mercado de pisos vacacionales. Ahora, con el problema de la moderación de contenidos, estamos intentando encontrar cuál es el equilibrio entre la libertad de expresión y la censura. El problema es que estamos dejando que las compañías tecnológicas sean las que lo decidan, y que grupos extremistas manipulen la opinión pública y a los legisladores.
Al final, una percepción común es que hemos estado viviendo en una época en que el boom del diseño centrado en usuarios ha significado olvidarnos del resto del mundo. O al menos, ese diseño centrado en personas ha sido usado por muchas de estas compañías como excusa para seguir actuando con avaricia. En esta nueva etapa, necesitamos reflexionar sobre cómo nuestra individualidad ha permitido que estas compañías lleguen a ser tan exitosas, y cómo un capitalismo no regulado ha traído un crecimiento insostenible, mercados depredadores y monopolios no inclusivos. De alguna forma, estos sitios de porno gratuito son una representación de todo esto, por la estrategia de monetización, por cómo se aprovechan de los usuarios sin tapujos, por cómo cosifican a las mujeres y por cómo se han lavado las manos del mal que han generado por el camino.
Tenemos retos enormes por resolver en la próxima década, y es probable que el panorama cambie de nuevo en el camino. Mientras tanto, si queremos intentar reparar algo del daño hecho en la industria del porno, intenta apoyar las plataformas que compensen mejor a los actores y actrices. De esta forma podría devolverse parte del equilibrio perdido. Tenemos que apoyar las empresas con modelos de negocio más justos, para que los actores y actrices puedan retomar el control de sus carreras y sigan creando nuevas iniciativas más respetuosas e inclusivas, mejores para los usuarios y para el mundo en general.