Un año con Miga

Una foto de Miga, primer plano, con cara de no haber roto un plato en su vida

Tal día como hoy, hace un año, conducía desde Morata de Tajuña hasta mi casa con una perrita de 6 meses que acababa de adoptar. Miga dio el pistoletazo de salida de esta nueva etapa vomitando en el coche. Como representación gráfica de los meses que estaban por venir, no podía haber sido más acertada. Juntos, hemos pasado un año que parece una vida. Miga marcó el comienzo de la segunda mitad de un largo viaje de retorno a casa que empezó en la navidad previa a la pandemia, y que está acabando ahora en 2022. Como a casi todo el mundo, la pandemia supuso un reset brutal, que además en mi caso sucedió al poco de comenzar una nueva etapa en mi vida, así para mí el hipotético fin de la pandemia parecía más reencontrarme conmigo mismo que volver a una normalidad pasada que ya no existe.

Miga era (y sigue siendo) una perrita con un aspecto adorable, despeluchada, orejas caídas y mirada tierna muy expresiva. Los primeros días en casa estaba súper tranquila, pensaba que me había tocado la lotería, pero en seguida comenzó el proceso real de adaptación. Miga es muy ansiosa y eso lo dificulta todo mucho. En la calle temblaba de miedo, en casa apenas se relajaba y necesitaba tenerla controlada en todo momento para que no lo destruyera todo (que lo intentó). Dejarla sola era un drama, lloraba y ladraba, y con la ansiedad se amplificaba su impulso destructor, así que lo evité a toda costa los primeros meses. Si venía alguien se ponía muy nerviosa, quería jugar todo el rato hasta el punto de que era molesta, pero también, se hacía pis varias veces. La sensación era de secuestro, estrés, agotamiento. Descubrí el concepto del «puppy blues», y algunas personas me preguntaban si me arrepentía de haberla adoptado. Cuando estás en medio de una situación así, ese tipo de preguntas caen como una losa (nota: no preguntéis esas cosas, no aportan nada). Pero poco a poco, los meses fueron pasando y todo se fue haciendo mucho más llevadero. Se fue calmando en casa, en la calle. Se fue acostumbrando a quedarse sola y aunque a veces aún se estresa, en general ni se inmuta cuando me voy. Con la gente, aún se pone nerviosa pero al rato ya se relaja. Aún sigue siendo una perra muy asustadiza, y quizá lo sea para siempre, pero es algo que ya podemos manejar, y con suerte, irá a mejor.

Con el tiempo, Miga se ha convertido en una agradable compañía, y es parte de mi familia. Nos hemos adaptado mutuamente, ambos hemos necesitado mucha paciencia. En retrospectiva, creo que Miga es una santa. Estoy seguro que hay muchos perros mucho más tranquilos y fáciles de gestionar. También he oído historias muchísimo peores que la mía. Al final, Miga es mi perrita, he aprendido a quererla como es, pero también, la quiero por todo lo que hemos vivido ya. Casi todas las relaciones empiezan con un impulso casi irracional, un impulso basado en mil asunciones, pero luego hay que construirlas poco a poco. A veces se pasa mal, pero con paciencia, perseverancia y cariño, llega la recompensa.